txumino: nosotros lo valemos

miércoles, marzo 26, 2008

Habrá Sangre

Antes me dedicaba principalmente a la plata. Me ganaba la vida arrancándola de la tierra con mis manos. La plata es un metal precioso de veras; no en vano una sensación de escalofrío te inunda cuando sostienes en la mano una de esas malditas piedras. Ese frío que emana te estremece el corazón.
Sin embargo, mi vida cambió radicalmente un haciago día de primavera. Yo me encontraba extrayendo rocas de una de mis minas cuando una extraña mancha en una de ellas llamó mi atención. Una mancha obstinada, adherida fuertemente al trozo de piedra desprendía un misterioso brillo muy distinto al de la plata y un fuerte olor que me inundaba embriagadoramente los pulmones.
Ese brillo me cambió la vida. Mi corazón se llenó de ambición y sediento de éxito me lancé a una profesión recién inventada.
Gracias a la fuerza de mis manos, y en ocasiones a los ingenios que por fuerza de necesidad mi mente iba creando me abrí paso en esta vida como magnate del petróleo, que me condena a abrir agujeros en la Madre Tierra para arrancar de sus mismas entrañas el asqueroso líquido, que bien podría ser su sangre.
Primero un pozo, luego dos. Siete en poco tiempo y siempre sediento de encontrar más zonas que explotar. He visto muchas vidas pasar a mi lado y hundirse repentinamente en el fango negro. Otras, que ni siquiera he conocido y me inspiran prácticamente el mismo sentimiento de indiferencia. No hay lugar en mi corazón para los sentimientos. ¿O tal vez sí? ¿Un duro bástago que perpetúe mi labor? ¿Un socio de mi misma sangre? ¿Un aplicado pupilo que aprenda mi ciencia?
Los hombres son como los pozos de crudo. No importa cuánto trabajo inviertas en ellos, nunca hay garantías de que puedas sacar provecho.
Lo peor, los malditos campesinos, ignorantes, ingenuos, inseguros pedazos de carne viviendo su miserable vida sentados sobre toneladas de oro sin ni tan siquiera percatarse. Soy yo el que tiene que arrebatar a esos estúpidos lo que ni siquiera comprenden. Ellos no esperan un milagro de debajo de sus pies, sino de arriba. Sobre sus cabezas. Por eso siempre miran hacia arriba. Yo me aprobecho, por qué no decirlo, y mientras tanto les arrebato su suelo.
¡Dios! Claman. Dios, me curará mi artritis. Dios librará a mi hija de su tisis. Ignorantes, ingenuos, inseguros pedazos de carne. Carne de galería de espectáculos. Atento público de promesas vacías y palabrería religiosa. Sanguijuelas de esperanza inútil. Ninguno de esos miserables me arrebatará mi riqueza. Nadie puede doblegar mi voluntad. Temedme, insectos insignificates. Temedme, y no os atreváis a interponeros en mi camino o habrá sangre. Os lo juro, habrá sangre.



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